LOS ATARDECERES SOLÍAN SER CRUELES
—Nos vemos luego Vero — se despidió Sofía sonriendo a su amiga.
Desde luego — Verónica, devolvió el saludo
de la misma manera.
Verónica se dirigía a su casa, manteniendo
la mirada fija en las baldosas de piedra que formaban las veredas de la calle
Luzeros. Dio un rápido vistazo a las nubes, notando como su gris consistencia
se mezclaba con el resplandor naranja de las cinco de la tarde. Agachó la
cabeza, pensativa, su padre ya debería estar en casa. Empezó a cuestionarse
mentalmente el por qué decidió quedarse en la casa de "rulos" hasta
tan tarde.
El cielo estaba totalmente gris, como si
las nubes le estuvieran reprochando. "No cumpliste con tu única
responsabilidad", podía escuchar a su madre. Definitivamente iría a
dejarle algunos claveles pronto, quizá si Charles se encontraba bien podrían ir
ambos. Sus pensamientos se esfumaron en cuanto recordó por qué el cielo se veía
tan extraño hoy; pues, casi nunca se quedaba a verlo desde afuera.
Su hermano menor, el pequeño Charles,
estaba solo. Ella no se habría dado cuenta desde hace cuánto había empezado a
correr si no fuese por el sonido de su falda arrugándose. Sólo esperaba que
estuviera bien.
Sacó sus llaves y rápidamente las colocó en
el cerrojo, intentando no hacer mucho ruido, y a pasos lentos entró a la casa.
—¡Muchacho! ¡Dónde está la botella que te
pedí! — escuchó la voz enojada de su padre.
Ese señor mayor, tumbado en el sofá con el
control remoto y un vaso en mano, era su padre. Ella ya ni podía reconocerlo.
—¡En un segundo! — Ese era Charles, su
hermano menor. Por su voz temblorosa, entendía el miedo que debía de estar
pasando, hasta ella misma lo sentía.
Debía hallar la forma de llegar a la cocina
donde se encontraba Charles, en caso de que su padre decida levantarle la mano
injustamente otra vez. Nunca se lo perdonaría de nuevo.
— “Mamá me lo dejó a cargo…”, se dijo
mentalmente.
Verónica decidió pasar por la sala, notó
como el hombre a unos metros de ella estaba cerrando sus ojos adormitado, así
que continuó su camino hacia la cocina sin hacer el menor ruido posible.
Sin embargo, sucedió lo que temía. Su padre
despertó de golpe y sus miradas se cruzaron.
—¿¡Estas son horas de llegar!? — gritó.
Verónica se encogió en su sitio asustada. —¡Yo que me parto el lomo trabajando
para ustedes y así me pagan!
Verónica salió corriendo hacia la cocina,
estaba borracho, como cada tarde.
Lo que había dicho era una total mentira,
ella sabía que lo habían expulsado de “Cable-Moon” hace varios meses.
Cuando llegó a dicho cuarto, tomó al
pequeño de cinco años entre sus brazos, este se encontraba temblando y con
algunas lágrimas en los ojos.
— Ya no quedan… no quedan. — repitió
tembloroso, sus ojos demostraban el pánico que sentía — Él va a… — Verónica lo
interrumpió.
— No, él no va a hacerte nada… —lo abrazó
más fuerte y el niño se aferró a ella.
Proteger a su hermano de su padre, era la
rutina de cada día desde que su madre había muerto por una enfermedad terminal.
— Escucha… — Vero se inclinó a su altura y
tomó sus hombros — Ahora mismo, necesitas ser valiente. Vas a ir a tu cuarto,
cierras la puerta con seguro y… prométeme que no saldrás por nada del mundo.
— Pero… y ¿qué pasará contigo? — preguntó
Charles.
Verónica desvió la mirada, realmente ella
no sabía qué responderle, pero tenía que tranquilizarlo.
— Yo haré que se resuelvan las cosas ¿Sí?
No te preocupes por mí, estaré bien… — sonrió hacia él y depositó un beso en su
mejilla.
— Está bien… — sonrió igual Charles y
seguidamente, subió las escaleras.
Respiró profundamente y luego, repasó las
palabras que tenía que decir, tratando de encontrar algún error que hiciese que
todo salga mal.
Luego de esperar otro gritó por parte de su
padre, juntó todas sus fuerzas y se dio la vuelta en dirección a la sala.
El señor la miró algo sorprendida, pero
luego su mirada se transformó en una de odio y amargura.
—¿¡Dónde está ese mocoso!? — le gritó y
afinó el odio de su mirada hacia ella.
Verónica tembló por un momento, luego
recordó el temor en el rostro de Charles y sintió un inmenso coraje.
—¿Me estas escuchando? ¡Tráeme una cerveza
ahora! — gritó nuevamente.
—No… —respondió Verónica— ¡Ya no beberás
más, ya me cansé de que nos grites y maltrates de esa manera! — exclamó con
firmeza.
Su padre se levantó del sofá con la mirada
fija en ella y se acercó, la chica retrocedió un poco.
—¿¡Qué!? ¿Te estás intentando revelar
contra mí? ¡Yo soy tu padre! — gritó y tomó a Verónica de la oreja.
Ella intentó zafarse con todas fuerzas
antes de que la lastimara, pero eso no sucedió. Este dejó su agarre y
retrocedió.
El alcohol lo tenía realmente mal, pues,
ahora se encontraba llorando frente a ella. Verónica no sabía cómo sentirse
además de asqueada.
—¡Mis propios hijos! ¡Ingratos! — no paraba
de gritar.
Luego de unos segundos, Verónica reaccionó,
él estaba en estado vulnerable, era su oportunidad. Pero el coraje nuevamente
la atacó y no pudo evitar soltar algunas lágrimas mientras hablaba.
— ¡Déjanos en paz! — gritó furiosa— ¡Ya
estoy harta! — cayó rendida al piso, las frías baldosas estaban cubiertas de
sus lágrimas. Estaba muy asustada, nunca se había atrevido a enfrentarlo.
El señor tomó postura nuevamente y se
tambaleó un poco, parecía estar lo suficientemente alcoholizado, apenas podía
mantenerse en pie.
—¡Pues me voy, par de ingratos! — respondió
Si bien Verónica tuvo que dejar un tiempo
sus estudios universitarios para poder trabajar, fue poco sacrificio ya que, a
partir de ese día todo les fue mucho mejor.
Ella había logrado un buen puesto en un
restaurante como cocinera y un uno de vendedora en un puesto de ropa muy
recurrido. Ganaba lo suficiente como para que ambos pudieran mantenerse. Luego,
empezaron a ahorrar para que Verónica continuará sus estudios a petición de
Charles.
En poco tiempo, Verónica retomó la
universidad y en cinco años logró finalmente graduarse como doctora en
cardiología. Verónica nunca olvidaba como fue su infancia, ver a su hermano
menor crecer le recordaba a ella de pequeña junto a su madre. Charles ahora
tenía 14 años, era todo un adolescente, ella no podía estar más orgullosa de él
pues ocupaba un muy buen puesto en su salón, nunca se portaba mal y cumplía con
sus deberes responsablemente.
Sin embargo, un día de sol a Verónica le
llevaron un paciente de urgencia a su consultorio, parecía estar en estado de
coma. "Cirrosis hepática", decía su ficha de registro. Verónica ya
había tratado con muchos de estos problemas antes, pero nunca uno tan avanzado.
Por un momento pasó por su cabeza que esto se debía al gran consumo de alcohol,
pero no quiso entrar en detalles y recordar malos momentos.
—Veamos… — comenzó a revisar su registro de
pruebas anteriores. Como suponía, se debía al consumo de alcohol.
—Vero, trajeron esto del consultorio tres —
dijo una chica de pelo castaño y rulos con un DNI en la mano.
—Déjalo encima de la mesa, por favor—
respondió, seguidamente la enfermera de rulos abandonó la sala. Luego de unos
minutos terminó de leer su ficha y suspiró.
Tomó el DNI de su mesa y quedó helada.
"Hernán Alejandro Sánchez Gordillo", decía como nombre. Era su padre,
aquel hombre que la atormentó a ella y a su hermano por años, aquel que los
lastimó tanto, ahora estaba frente a ella en coma.
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