¿CÓMO HACER ENTRAR EN RAZÓN AL PRÍNCIPE?

"Hace muchos años, existió un reino llamado Prass-ter…"

 

"El joven rey había ascendido al trono desde muy joven, pero igual que todos los del reino, él y su esposa eran muy felices. No era de esperarse que al finalizar el mes ellos dieran una feliz noticia…"

 

"La reina estaba embarazada y eso trajo alegría a todo el pueblo. Ella era muy cuidadosa, siempre trataba de hacer las cosas bien y por ello se tomaba muy a pecho las indicaciones del doctor. Él le decía que los paseos ayudarían a liberar el estrés."

 

"Sin embargo, un día que paseaba por el bosque se desvió del camino y se perdió. Nadie supo su paradero por horas hasta que casi oscureció."

 

"Ella hambrienta y preocupada porque ello afectara al bebé empezó a buscar un lugar donde poder pasar la noche, y para suerte de ella pudo distinguir a los lejos el tejado de una pequeña choza".

 

"Se trataba de una cabaña de madera en buen estado, pero lo que más le importaba era el jardín de bayas que daba frutos a sus alrededores."

 

"Ella sin pensarlo dos veces, comenzó a devorar uno, luego dos y finalmente cuando empezaba a probar el tercero escuchó una voz detrás suya".

 

"Una mujer algo mayor y de extensos cabellos negros apareció frente a ella y comenzó a reprocharle por los frutos perdidos explicándole que eran algo muy importante para ella."

 

"La reina aparte de cuidadosa era muy amable, por eso comenzó a rogarle perdón y a explicarle la situación urgente en la que se encontraba."

 

"A la mujer no le importó y comenzó a reclamarle acerca de una manera de pagar, ya que el dinero no podía pagar los daños."

 

"La mujer asustada preguntó a qué se refería la mujer y está respondió que sólo algo que apreciaba mucho y que cultivó con esmero, al igual que ella, podría pagarlo"

La mujer cerró el libro en sus manos y miró expectante al menor, al parecer buscando una opinión sobre lo escuchado.

— ¿Y qué tal te pareció? — preguntó con una sonrisa la mujer.

El chico parecía pensarlo un poco, pero aún mantenía una expresión alegre.

— ¡Me encantó! Aunque el final me apareció algo triste… — contestó Seraphine.

La mujer río un poco y con delicadeza alborotó los cabellos del menor.

— Yo no lo creo así, mi niño — depositó un beso en la frente del menor y se levantó de su asiento. — Espero que hayas disfrutado la historia tanto como dices cariño ¡Es tu día especial! ¡Tienes que estar contento! — exclamó de forma alegre.

Seraphine aún un poco insatisfecho por la respuesta de su madre asintió hacia ella y también se levantó.

— Sí, mamá, estoy muy contento — respondió y sonrió.

La mujer entretenida por la reacción de su pequeño, lo estrujó entre sus brazos y acarició su rubio cabello.

— Mi niño está cada día más grande — dijo su madre en suspiro — bueno cielo, te veo después, saldré a comprar para prepararte un pastel de cumpleaños. No te diviertas sin mí. ¿Entendido? — dijo ella sonriendo.

A Seraphine le parecía algo extraño que su madre saliera, pues casi nunca lo hacía. Ella siempre le decía que estaba en la cocina y que luego subiría los escalones para llegar a su habitación.

Sí, la cocina era el segundo piso de la casa de Seraphine y su habitación era el quinto piso. A él le gustaba llamar a su casa como una torre, pues al igual que sus libros, vivía en una casa alta y en medio de lo que parecía ser un bosque.

Y, además, tampoco podía salir. Seraphine, no recuerda que hubiera existido una vez en la que pudo pisar el verde césped que le permite ver la ventana de su habitación.

No recuerda si es que alguna vez pudo experimentar la brisa que le proporciona el aire libre y no estar encerrado en esas cuatro paredes púrpura.

 

Le empezaba a molestar el púrpura.

No pudo responderle a su madre a tiempo, pues, cuando salió de sus pensamientos ya podía escuchar el tintineo de las llaves en la cerradura principal.

El comprendía a su madre y jamás había pensado en desobedecer sus órdenes. Era algo muy sencillo que hacer, nunca intentar ir al piso de abajo y obedecer las órdenes de mamá, ergo, jamás podría salir de casa.

Seraphine se empezaba a aburrir, temía que cada día al despertar fuera más monótono que el anterior. Esperar a que mamá le trajera el desayuno, peinarse y leer algunos libros, esperar para que mamá le trajera el almuerzo, alistarse para la cena y cenar en el cuarto con mamá.

Nada fuera de lo usual.

Ahora cumplía 16 años, y tenía un solo deseo, poder salir y recoger unos cuantos ramos de flores doradas de los arbustos cercanos, traerlos y colocarlos en su viejo florero de arcilla. Quizás eso le daría un toqué cálido a la habitación, pensaba.

Mientras el chico volvía a sumergirse en sus pensamientos, decidió arrimar la silla que usaba para comer al lado de la ventana y apoyó su codo sobre el marco sin algún vidrio que interrumpiera su vista. A pesar que su madre le había comentado que no lo hiciera, fue sólo un comentario así que no lo tomó como una orden y decidió hacerlo cuando ella no estaba presente.

Las nubes estaban igual que siempre, al igual que el azul del cielo y el verde ¿césped…?

— ¡Hey! ¡Hey! — escuchó unos gritos desde cinco pisos bajo él. Era una voz que jamás había escuchado — ¡Heeey! — volvió a gritar, al parecer ese chico había estado gritando desde hace unos minutos, pues lucía algo cansado.

Seraphine se levantó de su asiento para ver mejor a quien gritaba. Se trataba de un chico algo moreno y de cabello oscuro, no más de 18 años, quien portaba una espada y un traje de metal brillante digno de armadura de algún tipo de caballero medieval, Como en los libros de cuentos antiguos.

— ¡Hey! — volvió a gritar al notar la mirada celeste de Seraphine — ¡Princesa Seraphine! — hizo una pausa y luego una reverencia. A Seraphine le pareció algo ridículo — Yo, Lancer C. Boldemar, he venido a rescatarla de la bruja Gamile — finalizó.

El rubio quedó algo confundido por sus palabras.

— ¿De qué hablas? ¡Aquí no hay ninguna princesa a quien rescatar! —Escupió Seraphine algo nervioso, pues aún estaba asombrado que detrás del extenso bosque hubiera más personas de su edad.

La cara de Lancer lo decía todo, reconocía que esa voz de ninguna manera le podría pertenecer a una princesa como se lo imaginaba, sin embargo, no le molestaba, él tenía una misión y no regresaría hasta cumplirla.

— Esta no es una señal, no… deja de confundir las cosas Lancer… — susurró para sí mismo, el moreno en un intento por tranquilizarse.

Luego de un minuto Lancer recuperó la compostura.

— Disculpe por las confusiones, su alteza, pero debo de llevarlo al castillo ahora — dijo con la voz más firme que tenía.

A pesar de sonar convincente, Seraphine estaba completamente segura de que esto era una farsa. Y que quizás trataba de secuestrarlo o algo así.

— Deja de decir tonterías, ¿y cómo es que sabes mi nombre? — preguntó el rubio.

— Disculpe el atrevimiento, pero todo el reino lo sabe — el moreno hizo una pausa y detrás de sí sacó un pergamino algo desgastado y de un color amarillento— ¿Lo ve? — despliega el pergamino, pero por la lejanía de ambos era obvio que el rubio no pudiera leer nada. — Oh, cierto, lo leeré entonces —.

Lancer comenzó a leer lo que decía aquel pergamino en un tono serio y firme. El tipo de escritura del texto parecía ser una profecía, tal como lo decía él mismo, y a la vez se asemejaba a una copia modificada del libro que estaba leyendo su madre hace unos minutos.

— Oye, aprecio que hayas venido aquí, enserio… — dijo Seraphine lo más amable que pudo — Pero si quieres rescatar a una tal "princesa Seraphine" anda a venderle ese cuento a alguien más ¿Quieres? — refuto molesto y se alejó de la ventana.

Lancer lo pensó por un momento, estaba en el lugar correcto, este era el bosque "oscuro" y ese era la torre púrpura de la profecía. No pudo haberse equivocado.

Excepto el hecho de que pensará rápidamente que el heredero al trono era una mujer, en la profecía jamás específico el género del bebé.

Pero, ¿cómo hacer entrar en razón al rubio? ¿Quién en su sano juicio no aceptaría la propuesta de salir y heredar un reino? Al parecer esto no sería tan fácil como pensaba Lancer en un inicio.

Para empezar, ni siquiera tendría que derrotar a la bruja. Espera…

— ¿Dónde está la bruja Gamile? — gritó hacia la ventana del quinto piso.

Escuchó unos pasos apresurados hacia la ventana y luego lo vio sacar su cabeza.

— ¿¡Acabas de llamar a mi madre bruja!? — gritó Seraphine molesto. Nadie interrumpía en su propiedad, intentaba secuestrarlo e insultaba a su madre sin recibir un castigo.

Lancer estuvo a punto de gritar de vuelta, pero decidió tomar las cosas con calma.

— Lamento ser yo quien le diga la verdad, pero esa bruja fue la quién le apartó de su madre, su majestad — hizo nuevamente esa torpe reverencia y continuó—. La profecía es cierta, debo de derrotar a la bruja y llevarle al castillo con sus padres — finalizó.

— Escucha, Lancer, Gamile no es ninguna bruja, ella es mi madre y además…— Seraphine fue interrumpido por Lancer.

— Pues no les veo el parecido, ¿no lo has notado? — Lancer sonrió victorioso.

Seraphine sabía que estaba en lo cierto y se puso nervioso.

— Bueno, puede ser que mi padre sea rubio — respondió de brazos cruzados.

— ¿Pues sabes quién más es rubio, su majestad? Así es, la reina. — comentó— Y he de decir que usted es el retrato de lo que ella fue en persona… —.

— Eso no quiere decir nada, ¡existe más gente de cabello dorado! — exclamó fastidiado.

— ¡Ninguno como el de la familia real! Perdone por mi atrevimiento, pero piénselo un poco y razone por favor. La familia real es la única que cuenta con aquellas raíces, bellos ojos cielo y cabellera dorada. Por favor hágame caso y venga conmigo— suplico Lancer.

Seraphine estaba convencido, no por la presencia de aquel muchacho de Blanca sonrisa, sino por las pruebas. La verdad, no comprendía el hecho del por qué su madre lo tenía encerrado de todas formas.

—… ¿La profecía dice algo sobre que la bruja encierre al príncipe? — pregunta el rubio con temor, no quería creer que Gamile no era su madre verdadera y que lo había engañado todo este tiempo.

— En cada párrafo, su majestad — respondió calmado. No le gustaba para nada la expresión decepcionada del príncipe. — Lo lamento, pero es la verdad— desvió la mirada, pero por el rabillo del ojo pudo notar algunas lágrimas saliendo de sus ojos.

Hubo un silencio incómodo hasta que el rubio comenzó a hablar ya más calmado.

— ¿Cómo salgo de aquí?… — fue lo único que dijo.

— Usted sólo déjemelo a mí, su majestad— hizo otra reverencia, pero esta vez más animado que antes.

Lancer empuñó su espada y de un tirón rompió el cerrojo de esta. Subió cada escalón de la torre hasta llegar al último pisó el cual también tenía un candado.

Seraphine observaba todo a su alrededor y se ponía más nervioso al bajar las escaleras. Lancer solo pensó en lo tortuoso que pudo ser estar encerrado toda su vida.

Salieron por la gran puerta de madera y antes de siquiera dar gracias a Lancer, el rubio corrió hacia los arbustos de capullos dorados cercanos al bosque.

— ¡Príncipe Seraphine, espéreme! — Lancer corrió en su dirección y cuando lo encontró, este tenía un gran ramo de botones dorados en los brazos.

— Perdón, es que siempre quise hacer eso — dijo avergonzado volteando la mirada hacia el césped.

— No, no, no tiene que disculparse príncipe, usted puede hacer lo que desee. — dijo con una sonrisa enternecido por la acción del rubio. Luego hizo una reverencia algo forzada en modo de burla.

No sabía porque razón, al rubio le causó gracia y comenzó a reír y seguidamente Lancer lo acompañó.

"Luego de todo lo ocurrido, solo se podía decir que el príncipe regresó a casa sano y salvo, gracias a Lancer y que ahora ellos viven felices para siempre."

Seraphine cerró el libro que tenía en manos, aún recordaba la nostalgia de aquellos días. Aunque nunca supo que sucedió con Gamile, nunca volvió a saber de ella luego de los últimos 20 años.

— Hey su majestad, ¿listo para tu gran día? — dijo Lancer con su característica reverencia absurda, pero esta vez, con la mano estirada hacia él.

Seraphine soltó un par de carcajadas y luego respondió:

— Nuestro gran día, querrás decir — respondió Seraphine con una sonrisa y tomó la mano del contrario.

 

- Johana Chambilla

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