IGNOTO
Él amaba los
lunes. Era el único día en el cual los astros se alineaban y el tiempo en sus
horarios coincidía, logrando así encontrarse cada semana en aquel modesto restaurante.
Y este lunes era aún más especial, finalmente había decidido confesarse. Había
pasado la noche en vela para plasmar sus más recónditos sentimientos en una carta,
ese sobre contenía los párrafos más dulces que se podrían imaginar y evidentemente
sería entregado al causante de aquella efusión.
Se atavió aspirando
verse lo mejor posible, aunque era un día maravilloso el tiempo jugaba en su
contra. Todo parecía indicar que llegaría tarde a su encuentro si no apresuraba
sus acciones. Tomó el escrito con detallado (excesivo, exagerado) cuidado y ubicó
(acomodó, colocó) una gabardina en su antebrazo. Terminaría de arreglarse en el
camino, o eso había especulado.
Durante el viaje
en el autobús su anatomía tiritaba de los nervios, sus dedos golpeteaban la
ventana del vehículo mientras su mente discutía todas las posibles maneras en
las que podía ser repugnado y herido. Cuando notó que había llegado a su
destino todos los pensamientos crueles se disiparon y prosiguió con su actuar.
Allí estaba, solo
una calle lo separaba de aquel local. Decidió cruzar el asfalto decidido, sin
conocer aún que ese sería el último paso que daría en su vida.
Un coche terminó
arrollando su complexión debido a su descuidada conducta, sus prendas se vieron
manchadas con sangre y la aguardada carta volaba cual ave por los aires. Él
había puesto su corazón encelado en ese retaso de papel y el viento se lo
llevaba como si de un objeto sin valor se tratase.
- Micaela Montalvo
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